LAS NECESIDADES DEL ALMA

Por
Mario Góngora H.

Juan Rulfo a principios del siglo pasado, afirmó que “el alma es antípoda del cuerpo y que amanece para ella cuando anochece para él”.

Normalmente lo que está al alcance de nuestros sentidos es insuficiente para nuestra felicidad. Los impulsos más nobles y las verdades más grandes solo las tendremos si abrimos nuestro espíritu y nuestra alma para darles cabida. Ninguna ciencia nos ofrece la certeza que se le pueda erigir en criterio único de la realidad. Lo que nos dicen los laboratorios, los científicos aún con los conocimientos actuales es apenas un pequeño aspecto de la realidad. Se llega a tal extremo que cuando dos expertos llegan a estar de acuerdo, normalmente están equivocados. A pesar de tanta tecnología y tanto avance, nos falta saber mucho del mecanismo de la vida.

Lo mejor de la experiencia humana no responde a la ciencia. El arte, la música, la poesía, el amor no encajan en los límites científicos, pertenecen al campo de la belleza detectada solo por nuestra alma. La música de hecho tiene un aspecto científico, pero es el alma humana elevándose para crear una belleza por el sonido. La ciencia apenas representa una fracción de la verdad del mundo, y normalmente la menos importante. Quienes se aferran a la ciencia para afirmar una verdad no tardan mucho tiempo en cambiar de paradigma, o se vuelven fanáticos del error y del pasado.

El ser humano no puede solo concentrase en su inteligencia olvidándose de sus emociones y de sus sentimientos. Una mera inteligencia nunca tendrá la inspiración para la creación artística. Ni para demostrar un amor incondicional. El entusiasmo del espíritu y los sentimientos son necesarios para la grandeza del carácter.

Prácticamente todo lo que vale la pena, como los mejores libros, las mejores pinturas, los mejores descubrimientos, la mejor música, los hechos más heroicos no han sido obra de los calculadores. Todos, por fuerza, han tenido la fortuna de tener entusiasmo por lo que dieron lo mejor de sí. Hasta el día de hoy podemos afirmar que la más avanzada inteligencia artificial, podrá ser un excelente calculador o hasta un millonario, pero nunca un Nikola Tesla, un Pasteur, un Goethe. un Da Vinci o un Beethoven. No hay conciencia si no hay idealismo.

El alma nos instruye a no rebelarnos ni contra la antigua ciencia newtoniana ni contra las religiones que ven pecado aún en la física cuántica, sino contra su pretensión arrogante de ser el todo en la vida, de poseer toda la verdad, en algunos casos a niveles de la Edad Media.

En cuanto a la “Fe”, demasiada de ella nos lleva a la decepción. Nada de la misma nos puede llevar a la desesperación. La llamada realidad no está reñida con el sentido común, el cual es el genio de la humanidad.

Como alguien escribió en alguna ocasión: “El alma necesita vivir en la inmensidad, en el espacio infinito, en lo ilimitado. Pero el hombre constantemente comprime su alma, la obstaculiza, la ahoga; quiere que se conforme con nimiedades: algunos éxitos materiales, algunos placeres, algunas palabras vacías… Entonces, el alma sufre y se queja al hombre: ‘Quiero ser
Libre’, y tú, con tus ocupaciones y tus preocupaciones ordinarias y mezquinas, me tienes atada. Yo soy hija de Dios, el espacio es mi elemento, necesito dilatarme en toda la extensión celestial”.