Por
Mario Góngora H.
Si las cosas solo siguieran como están, la nación no tendrá, ni a corto ni a largo plazo, ningún futuro. Y si esta situación empeorara, muchos de nosotros quizá no tengamos la oportunidad de verla caer.
Si bien es cierto que todos tenemos diferencias de opinión, son estas diferentes opiniones de donde, a su debido tiempo, debe surgir una solución de todo aquello que nos lleve a la paz y la prosperidad a la que todos tenemos derecho.
Estos no son tiempos de morir por la patria, sino de vivir para ella. El que le es útil, es el que tiene ideales y lucha por ellos, el que trabaja en lugar de estar de flojo, el que cumple con todos sus deberes en lugar de evadirlos; el que da vida en lugar de quitarla, el que trabaja en lugar de robar, el que hace su parte en lugar de estar de espectador o de crítico.
Un país en el que cada uno de sus hijos es un crítico y solo eso, jamás prosperará. Cada ciudadano debe ser un factor de desarrollo, antes que solo quejarse. Debe anteponer su país a esa codicia que ahora se ha apoderado de muchos. Nadie puede ser llamado “hijo de México” si se es egoísta y cobarde, por muy intelectual que se crea o que se sienta.
Una nación donde la mayoría quiere vivir a costa de alguien más, donde unos son tan poderosos que pueden comprar a los demás, mientras otros son tan pobres que no tienen ni casa ni pan, es un país fértil para la anarquía.
Y la situación actual nos lleva a todos a ser pobres. Cierran negocios, se deprime la inversión extranjera, se acaba el trabajo, se acaban las compras y por consiguiente cierran más negocios y más fábricas.
Para que cambie la situación actual, cosa que muchos ven como imposible, requiere de un cambio en cada uno de nosotros. No es ilusorio pensar que si nos esforzamos a ser mejores con nuestros semejantes, que se sientan mejor por el contacto con nuestro, pudiéramos mejorar. Si podemos transmitir buen humor, esperanza, buena voluntad; si gozamos cada día como si fuera el último (que bien puede serlo) seremos y haremos a los demás más felices.
El odio, la malicia, la envidia, la ira, son venenos que como gas mortífero, se extienden en la sociedad, y que si dejamos que obren en nosotros, envenenarán nuestra sangre, nuestra esperanza; acabarán con nuestra energía, y sin mucho esfuerzo, acabarán hasta con nuestra vida. En realidad, la bondad es mucho más fuerte que la maldad, así como el amor es más fuerte que el odio, y el desapego más que el egoísmo.
No necesitamos que nadie nos de lecciones de amor. Nuestra obligación para la nación es al menos intentar volvernos buenos a nosotros mismos. Para los demás, nuestra obligación es hacerlos felices cuando podamos hacerlo, y solo se trata solo de intentarlo.
