CUANDO EL TRABAJO SE CONVIERTE EN VIDA

Por
Mario Góngora H.

Nadie ha conocido castigo más cruel que el no poder trabajar. Es el camino para enloquecer y morir.

La orden divina de ganarse el pan con el sudor de la frente no fue una maldición, sino al contrario, una bendición, pues si bien nos obliga a trabajar, nos da una auténtica felicidad que no puede encontrarse fuera del trabajo.

Cuando realmente amamos nuestro trabajo, éste deja de ser trabajo y se convierte en vida.

El trabajo es para todos los seres humanos una esperanza, ya sean ricos o pobres, pues es el medio más seguro de conseguir no solamente el comer y el vestir, sino también trascender. Con su ayuda, todas las cosas son posibles. Es el que dicta todo lo que está por venir, así como también es el responsable de todo lo que se ha construido desde el inicio de los tiempos.

Convertido en vida, el trabajo eleva nuestro espíritu y es una bendición en tiempos de necesidad. Se convierte en la esencia de nuestro existir. Siendo vida, es como el elíxir de la juventud.

Este mundo está poblado por dos clases de hombres, los que construyen y los que destruyen. “Los castores y las ratas” dijo alguien. Cuando el número de los que construyen superan a los destructores, la sociedad progresa. Cuando predominan las ratas destructoras, los seres humanos caen en degradación, para luego devorarse entre sí.

El trabajo no mata. Lo que sí lo hace, es el no trabajar, la holganza. Estos empiezan a declinar tan pronto como dejan de trabajar, luego enferman y normalmente mueren prematuramente.

Mientras muchos se preocupan por la reforma laboral y no perder “sus” derechos pocos piensan que en el país necesitamos trabajar mucho y muy duro, y que no solo se trata de derechos, sino también de obligaciones. Trabajar parejo para combatir la miseria, para combatir el “estado benefactor”, para combatir la miseria y llegar al la verdadera prosperidad es lo que todos necesitamos hacer.

Ya muchos hemos vivido lo suficiente para darnos cuenta que el no hacer nada es un aprendizaje para hacer el mal.

Es cierto que la indolencia, al igual que el trabajo son dos cosas satisfactorias para quien lo hace. La primera es un vicio, la segunda una virtud. Pronto reconocemos que trabajo es un salvavidas, no un pelotón de fusilamiento y solamente es pesado cuando se hace con egoísmo.

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