Por
Mario Góngora H.
Gran parte de nuestro proceso mental se ocupa en encontrar excusas para seguir pensando como hemos venido pensando año tras año. La verdadera inteligencia consiste en ser capaces de cambiar nuestro modo de pensar, nuestros paradigmas, y de al menos intentar ver más allá en todos los aspectos de la vida. Al hacerlo, actuaremos automáticamente en forma diferente.
En la actualidad muchos piden el cambio de nuestro sistema social, y es cierto, necesitamos un nuevo estado de las cosas. Si pugnamos por un mejor sistema social, primero necesitamos que se mejore la gente que lo forma. Ningún gobierno puede ser mejor que la gente que lo ha elegido. Y la solución es sencilla y difícil a la vez, pues debemos considerar muy en serio el empezar a mejorarnos nosotros mismos, pero se que no todos están dispuestos a tomar este reto.
Si nos iniciamos en el intento de cambiar al mundo, hagámoslo con lo que somos no con lo que tenemos. En nuestro gobierno existen egos tan grandes como sus firmas, pero lo importante es poseer un espíritu humilde, lo que nos permite vencer los obstáculos, además de permitirnos también engrandecernos en cualquier actividad que tengamos en la vida.
Nuestros gobernantes no son eternos. De hecho, son demasiado orgullosos para servir al ciudadano. No aceptan ni su ignorancia ni sus errores. De vez en cuando tenemos que admitir que estábamos equivocados, para así poder reconocer el mérito en los demás.
Hemos observado la vanidad en algunos dirigentes, pero esto es el principio de su fin. Es el principio de su descomposición, es la lepra de su alma, y necesita ser removida, extirpada.
El que trata de impresionar a los otros con un falso orgullo y una apariencia de grandeza, se está engañando a sí mismo. Para un político, por ejemplo, la única grandeza no está en obras disparatadas y poco funcionales, sino en qué tan útil es y ha sido para los ciudadanos que supuestamente lo eligieron. Un gran carácter no puede comprarse, ni aparentarse; es un caudal moral que hay que ganarse.
Aquellos que todo le atribuyen al destino no tardan en darse cuenta que si somos pequeños, nuestro destino tendrá que ser pequeño; si somos grandes, nuestro destino será grande. Es decir, está en nuestras manos y en nuestra cabeza el labrar el destino individual. Conciente o inconscientemente, todos en el mundo hacemos una de tres cosas: subir, bajar o permanecer estáticos. Pero el éxito de todos tipos está en aprender, crecer y subir.
La grandeza de una persona no puede medirse en forma material. Es la educación, es el carácter. Para ser realmente grande solo se necesita algo de sencillez, de corazón recto. La grandeza es sencilla, real y práctica. El hombre que realmente vale, tiene su vista fija en los caminos que le llevan la delantera, no todos aquellos que siguen, por eso es humilde.
