¿DEBEMOS COMPARTIR LAS PENAS?

Por
Mario Góngora H.

En realidad, no debemos pasar nuestra copa de amargura a los demás. Si hemos de beberla, hagámoslo heroicamente y sin quejarnos de nadie ni de nada. Si sufrimos nuestras penas en silencio y a la vez nos alegramos con las dichas y éxitos ajenos, no seremos héroes ante los hombres, pero sí lo seremos ante nuestra conciencia.

Existe cierta nobleza en el sufrimiento que se calla. El fracaso, las desdichas y las traiciones son heridas que no cierran y que no nos dejan descansar. En estos tiempos, se necesita ser ciego de un ojo y sordo de un oído para estar tranquilos. La persona que puede mantenerse serena ante la presencia del desastre, es mucho más grande que aquél capaz de conquistar gobiernos, y aquél que puede sonreír a pesar de sus sufrimientos y amarguras es más rico que un millonario. Lo bueno y lo malo debemos recibirlo en equidad. En realidad no nos encontramos en un valle de lágrimas. Ese lo creamos nosotros.

Nuestros miedos son simples imágenes de aquello que pensamos pudiera suceder. Son como pesadillas estando despiertos que nos ocasionan una parálisis espiritual, que nos hacen someternos a lo seguro, en vez de buscar gestas más dignas de nosotros.

Toda oportunidad es una forma de estrategia en la que normalmente el ataque es la mejor defensa. Nuestros retos y hasta nuestros enemigos nada pueden contra nosotros a menos que cuenten con nuestra cooperación. Todo avance depende de nuestra disposición de correr riesgos. Y si fracasamos y sufrimos alguna pena, podemos decir que solamente fue una forma de aprendizaje.

Si aprendemos a digerir nuestras penas, podemos aprender que se puede tener miedo y fracasar sin ser cobardes y que solamente es cobarde quien se rinde ante el miedo. Emprender algo difícil o peligroso a pesar de nuestros temores, eso es valor, eso es heroísmo. Tanto miedo sienten el héroe como el que no lo es.

Vencer las penas, es saber que el valor es la resistencia al miedo, el dominio del mismo, no la ausencia de él.

Dice un proverbio sueco: “Una alegría compartida se transforma en doble alegría; una pena compartida, en media pena.” La alegría en solitario es en ocasiones más frustrante que las penas llevadas aisladamente. La alegría se presta bastante a ser compartida. Hay veces en las que estamos tan contentos que necesitamos que haya gente que se alegre con nosotros; necesitamos dejarla salir, que se extienda; más no las penas que suelen entristecer a los demás.

“Si exagerásemos nuestras alegrías, como hacemos con nuestras penas, nuestros problemas perderían importancia”. (Anatole France)