Por
Mario Góngora H.
La grandeza de un hombre puede ser medida de muchas formas, pero quizá la mejor medida esté en sus sueños y en sus ideales. Lo que cuenta es lo que tenemos dentro, pues el mundo exterior se nos refleja según nuestro interior.
Me imagino que ha de ser terrible buscar dentro de nosotros mismos y encontrar que estamos vacíos. Y quizá peor sea que al buscar, encontremos nuestro interior lleno de odio y basura mental.
Nuestras esperanzas y nuestras creencias tienen su origen en las aspiraciones que tenemos, en la visión del futuro. De lo que uno cree y cómo lo cree, depende lo que pueda lograr. Es por esto que el optimismo siempre es creador y exitoso, pues su visión no tiene límites.
Si alguien quiere sentirse triste y enfermo, solo tiene que despojarse de su esperanza. Por otro lado, el idealismo ha hecho más por la felicidad de los hombres que lo que la simple lógica ha podido lograr. Es lo ideal lo que produce lo real.
Pocas veces nos damos cuenta que algunas de las cosas más valiosas de la vida son el producto de las energías combinadas de la mente y del corazón. El idealismo en la vida práctica es el deseo y el intento de convertir en real lo que creemos que ha de mejorarnos en todos los aspectos.
El hombre se hace grande a través de sus sueños que lo alientan a vivir. Sin ellos, toda lucha es abandonada. Cuando el ser humano deja de soñar, vuelve a ser un animal irracional.
Aunque el ser humano en esta etapa de la historia se encuentre materializado, el espíritu humano inicia un renacimiento en muchos jóvenes. Cuando una creencia muere, nace otra mejor. Cuando amanece para el alma, anochece para el cuerpo. La crudeza de lo material no es la única verdad.
El mundo apenas empieza, de nueva cuenta, a percatarse que detrás de lo material se esconde el espíritu, el cual es algo que subsiste por sí mismo. Pronto nos damos cuenta que el cuerpo nada tiene que ver con producir la vida, sino es la vida la que mantiene y organiza el cuerpo.
La realidad es que nuestros impulsos más nobles y las verdades más grandes solo serán nuestros cuando podamos abrir nuestro espíritu para darles cabida. La ciencia apenas representa una parte de la verdad del mundo, generalmente la parte menos importante, aunque pensemos que la tecnología lo es todo.
Para lograr la grandeza, el entusiasmo y el sentimiento son necesarios. Son los entusiastas, los que han logrado los mejores libros, las mejores obras de arte y los mejores descubrimientos. No hay conciencia si no hay sentimiento.