Por
Mario Góngora H.
Al final de cuentas, la vida que cuenta no es la de obtener grandes fortunas y placeres. Más pronto que tarde nos damos cuenta que lo que en verdad es nuestro y satisfactorio, es una vida de trabajo y lucha, la que siempre busca la verdad.
Así como una brújula ininterrumpida por algún campo magnético diferente al polo magnético que siempre apunta al norte, las verdades relativas a la naturaleza del hombre son inmutables. La naturaleza humana del hombre no ha cambiado, a pesar de la enorme y fabulosa tecnología con la que contamos hoy en día, y la que se perfila a desarrollar cosas todavía inimaginables para nosotros.
Nuestras necesidades básicas no son muy distintas a los Neandertal o sus sucesores, los Cro- Magnon; todos nos dejamos cautivar por las alabanzas y todos resentimos los agravios. A través de los siglos o los milenios, podemos cambiar de gustos, pero no de inclinaciones. Somos como una generación con una sola línea. Y tanto privilegio fue vivir en tiempos prehistóricos; en tiempos de la antigua civilización egipcia, durante el apogeo de Roma o durante nuestra propia revolución.
En la época actual vemos y sentimos cómo se rompen las creencias religiosas, las filosóficas, las económicas y sobre todo las científicas, en la que se ha tenido que desarrollar hasta una nueva física (la cuántica) para explicar todo lo que la primera no pudo hacer. Lo que se pensaba metafísico, ahora se vuelve científico.
Pero a pesar de los cambios y de lo estático, la vida que realmente cuenta se obtiene luchando y todo el que lucha, por necesidad lleva algunos raspones y cicatrices y no tiene tiempo de preocuparse por lo que piensen de él.
La vida que cuenta está basada en la eficiencia, en la voluntad y la tenacidad para desarrollarnos a nosotros mismos.
En esta vida estamos concientes que la dirección y los motivos podrán cambiar, pero la iniciativa individual tenemos que conservarla. El mundo no sería nada sin hombres sin iniciativa ni empuje. En el escenario de esta vida no podemos ser solo espectadores. Y jamás olvidemos que solo existe progreso en el fracaso.
En la demagogia de los políticos y sus soluciones para “acabar de una vez por todas con la pobreza” encontramos que el que trabaja en serio sigue teniendo su riqueza y que el flojo nunca abandona su queja contra los industriosos.
En nuestro país, tendremos que descubrir que mañana, al igual que hoy, la integridad y la decencia siempre producen buenos resultados, y esta es la vida que realmente cuenta.