Por
Mario Góngora H.
Definiciones:
“La lealtad es una fidelidad o devoción de un sujeto o ciudadano con un estado, gobernante, comunidad, persona, causa o a sí mismo”.
“La adulación es una alabanza baja e interesada, hecha con estudio de lo que se cree que puede halagar al otro, con propósito de ganarse su voluntad para fines interesados”.
Teniendo madurez, los ciudadanos no debemos ser los primeros en pelear ni los últimos en hacer la paz cuando un mal gobierno nos asfixia y piensa que los ciudadanos no vemos, no escuchamos y no sentimos la prepotencia, la impunidad, las malas decisiones, los gastos inútiles, la falta de atención a situaciones que realmente requieren ayuda, y el dispendio de todo tipo que se lleva a cabo frente a nosotros.
La provocación es tan frecuente que a veces tenemos que pelear. Pero el buen ciudadano no usa golpes prohibidos, pues sabe que para que una sociedad progrese, tenemos que vivir de acuerdo con nuestros buenos sentimientos y no de nuestra malicia. Es obvio que la deslealtad nada tiene que ver con criticar lo que está mal en un gobierno, aunque se trabaje ahí, al contrario, es obligación y responsabilidad hacerlo. El gobernante en turno terminará agradeciéndolo.
En ningún lado se debe admitir que los ciudadanos nunca tengamos la culpa de nada, pues así no mejoramos las personas ni la sociedad. Sin embargo, nuestros actuales gobernantes son bastante malos, pero no son tantos que puedan causar todo el daño que aqueja la ciudad y el estado.
Todo debe hacerse para proteger al ciudadano débil, excepto volverlo más débil. Se oponga quien se oponga sus derechos deben ser protegidos. Pero también tenemos la obligación de hacer fuerte al gobierno cuando esto sea en provecho para la mayoría. No debemos predicar una compasión barata para el ciudadano común, pero tampoco una destrucción anarquista para el gobierno en turno, pues destruir es fácil, lo que cuesta es remover los escombros.
Algunos gobernantes son en realidad grandes cobardes. Los acusamos de su ego y orgullo insultantes, de sus inútiles e inoperantes obras, cuando en realidad ya los podemos ver ir por el mundo como se dice vulgarmente, “con la cola entre las patas”. Los ciudadanos nos damos cuenta de hasta cuánto hemos logrado empobrecerlos. Y aún así, el gobierno gasta mucho de lo que tiene, en aduladores, bufones y truhanes. Cuando un subordinado, o asalariado descubre anomalías, le es más fiel a su amo diciéndole la verdad, que callándolo todo, adulando cada persona, cada obra y cada mentira.
Después de las viejas afirmaciones de que “el delito va en caída libre”, podemos afirmar que la paz y la armonía nunca se conseguirán por la retórica, ni por afirmaciones oficiales; el mundo se mueve no solo del impulso de los políticos, sino por los ciudadanos de buena voluntad capaces de observar y hablar. Es prudente afirmar que con las declaraciones efervescentes de los políticos, pasa lo que con el champagne, se aquietan solo con exponerlas al aire.
