LA FELICIDAD
Por Mario Góngora Hernández
Se ha descubierto que es más fácil sonreír para olvidar, que olvidar para sonreír. De hecho, después de andar en búsqueda de la felicidad por tantos años, poco a poco nos vamos dando cuenta que no podemos llegar a ella buscándola en todos los rincones de nuestra vida, pero al fin, de pronto, se aparece cuando menos la esperamos, quizá por alguna puerta que sin darnos cuenta, dejamos abierta. La encontramos de la misma forma como cuando por fin encontramos las llaves perdidas, porque las traíamos en la mano.
Para darnos cuenta de cómo llevamos esta virtud permanentemente con nosotros, contrario a los que son los deseos de la presidencia de la república, necesitamos reconocer que si no tuviéramos nada por qué luchar, nada a lo que necesitáramos aferrarnos y ninguna esperanza, más nos valiera no estar vivos.
Como seres humanos, todas las penas morales pueden ser llevaderas si aprendemos a llevarlas controladamente. Ni la felicidad ni la desdicha permanecen en nosotros como enfermedades crónicas. Sería peligroso si así fuera. La desdicha permanente es la enfermedad de nuestros pensamientos, y mientras más la albergamos, más nos aleja de la realidad. Como dice una sabia psicóloga local, “más y más telarañas se forman en nuestra mente que finalmente terminan envolviéndonos y asfixiándonos con imágenes y sentimientos inexistentes”.
Si la felicidad fuera algo permanente en nosotros, dejaría de ser felicidad. Si durara para siempre, nos haría egoístas, vanidosos, ilusos, e indiferentes a todo aquello que no consideráramos cómodo.
Una de las muchas formas de alcanzar la felicidad es poder hacerle frente a todo lo que venga, sea lo que sea, conservando un corazón tranquilo, librando batalla tras batalla, sin perder la confianza en uno mismo. Llega a ella quien no se lamenta ante los cambios de fortuna; quien no envidia a nadie y quien tiene todavía fe en la humanidad.
Nuestra fe y nuestra esperanza nunca deben ser más fuertes que cuando nos encontramos en gran necesidad o dificultad. La ansiedad disminuye la moral y la eficiencia del ser humano. Parece ser que mientras mayor la inteligencia de una persona, mayor tendencia al estrés y a la ansiedad. Pero la ansiedad no es otra cosa más que miedo. Y esto nos causa pérdida de tiempo y de energía y definitivamente juega un papel importante en la infelicidad.
No existe mejor forma de manejar nuestras dificultades y ansiedades que en forma impersonal, como si se tratara de problemas y conflictos ajenos, siendo el mejor momento de atacarlas en el momento en que aparecen en nuestra mente, no cuando ya se han desarrollado y engrandecido en las telarañas de la mente. Es como cuando queremos combatir la obesidad. El mejor momento es cuando todavía estamos delgados.
La felicidad es parte inherente del ser humano, la portamos a todos lados y en todo momento. Solo es cuestión de dejar que aflore. ¿Y cómo aflora? Deliberadamente teniendo pensamientos agradables la mayor parte del tiempo.
