VEJEZ

VEJEZ

Por Mario Góngora Hernández.

“No llaméis viejos a aquellos cuyos cerebros soñadores mantienen sobre el pasado su imperio indivisible; en vano transcurren las envidiosas estaciones para el que lleva en su alma un eterno estío (verano)” Dr. Oliverio Wendel Holmes.

Como muchas cosas en esta vida, la ancianidad es relativa. Para los empresarios, uno es viejo a partir de los 35 años; para los periódicos en sus notas rojas, es a partir de los 45 dependiendo de la edad del reportero. Para la ley, es pasando los 60. Pero lo más importante es lo que piensa cada ‘viejo’ de sí mismo.

Muchos jóvenes piensan en la inutilidad de los que tienen más años, sin embargo en la naturaleza humana, igual que la vegetal, muchas personas florecen tarde. Los que florecen a temprana edad, muchas veces se marchitan pronto. Todo radica en la paradigma que todos tenemos sobre la vejez. La realidad, es que el ‘viejo’ es capaz de hacerlo todo y de llegar a los grados más altos de desempeño. Aún en las olimpiadas, comenzamos a ver la participación de personas de 40 ó más años.

El paradigma de la vejez se rompe simplemente estando interesados en la vida y creyendo en uno mismo. Los inactivos y flojos desaparecen, mientras que los activos perduran. Es la pereza la que conduce a que músculos, corazón y cerebro queden atrofiados. Aún a pesar de las enfermedades, es imposible determinar un tiempo exacto en que las facultades mentales empiezan a deteriorarse. La actividad mental y física es un freno a la senilidad. La vejez, en la opinión de un servidor, es solo una creencia, una costumbre que hemos tenido por demasiadas generaciones. Generalmente nuestras creencias son ley, las convertimos en realidad.

El trabajo, contrario a los deseos de jubilación de muchos, estimula y hace más intensas las energías vitales del ser humano. Siendo una bendición, fortalece el espíritu, la mente y el cuerpo. Es una fuente de satisfacción. Sin embargo, la flojera y la inactividad carcomen el alma y el cuerpo, peor que al ácido al metal. Al que es flojo se le escapa la vida por no tener nada en qué apoyarse.

Los años del invierno de la vida pueden ser agradables y bellos, como una flor que al abrirse en su última etapa de vida, nos cautiva con su belleza y con su aroma. ¿Y qué es la vida sin sus sinsabores, problemas, retos y sufrimientos?

Todo ser humano aprendemos durante la vida que la verdadera preparación para la ancianidad es la pureza de la vida, el cumplimiento del deber y el desapego a las cosas materiales, pues estas cosas no son sino el resultado de nuestra existencia, de nuestro esfuerzo, de la tenacidad o de nuestras ambiciones en el caso de lo material. Siempre y cuando sean activos, los últimos años nos deben llenar de esperanza, de alegría y de paz, principalmente con nosotros mismos.

“¡Oh horas más bienhechoras que el oro, merced a cuyo empleo benéfico prolongamos la vida, y libres de la terrible decadencia de los años, sobrevivimos a la vejez!” (Ana Seward).