Por
Mario Góngora H.
Hace tiempo no comprendía cómo algunas personas parecían disfrutar de sus estados depresivos. Luego comprendí que un enorme número de personas aman lo triste. Se autodestruyen con penas imaginarias, o las que tienen, las abultan y las hacen crecer con meras suposiciones. Y para fortalecer su tristeza, se aferran a ver telenovelas que abusan de los aspectos trágicos…otros a enterarse de la vida privada de los demás
Luego, leyendo los diarios de cualquier lado del mundo, las revistas y sobre todo viendo los periódicos amarillistas, con redacciones e imágenes llenas de violencia y de sangre, solo podemos concluir que deliberadamente se ocupan de lo triste y de lo trágico, de lo escandaloso. Muy pocas veces de lo bueno, de lo bello, de lo verdaderamente edificante Todo esto no sucedería si al público no le gustaran las noticias más tristes. De hecho, el amor por la tristeza se manifiesta cuando algunas personas compran abrumadoramente lo que se ve y se lee más escandaloso y sangriento.
Pero en realidad, lo anterior no tiene que suceder. Sean cuales fueren las experiencias dolorosas, los sufrimientos, las desilusiones, no es difícil considerarlas como cosas transitorias, pasajeras y dejarlas en el pasado. En el momento que les permitimos apoderarse de nosotros, adquieren una influencia permanente en nuestra vida. ¿A quién, ya con cierta edad, no le han reclamado cosas sucedidas hace 20 años o más?. Por el mismo delito, la ley castiga una vez, pero por qué algunos castigan a otros volviendo a vivir momentos desagradables cada vez que lo hacen, día tras día, mes tras mes, año tras año, década tras década? Esto es un sufrimiento innecesario, pues el que se encapricha en vivir en el pasado es una persona ya muerta en vida. Toda mala situación tendrá, eventualmente, que desaparecer.
La tristeza puede ser erradicada. Así como un niño se desarrolla en un hombre, así nuestras emociones y sentimientos maduran y se transforman en hechos. Todos aquellos pensamientos que nos aquejan, casi nunca son inevitables, sino provocados por nuestras actitudes mentales, o inclusive, por nuestra falta de actitud.
El pensamiento es una forma de energía la cual no debemos malgastar en el descontento ni en la tristeza, ni en la desesperación. Más bien podemos aprovecharla para desarrollar más fe, y una voluntad firme que nos ayude a conseguir las cosas que realmente son de valor.
Muchas veces la tristeza es auxiliada por el miedo. De pronto tendemos a tener miedo de todo: de la enfermedad, de la muerte, de perder el trabajo, de lo que la gente piense de nosotros y de muchas otras cosas. Luego este miedo se convierte en pesimismo. Estos miedos pueden ser vencidos pensando, como generalmente ocurre, que la mayor parte de ellos jamás sucederán.