Por Mario Góngora H.
Al amor de la fama es simple avaricia de éter.
Ser famoso es codicia de artistas y políticos, pero la verdadera satisfacción en esta vida no viene de la notoriedad, sino de la modestia y la sencillez. Para muchos la fama les viene artificialmente y les pesa como una montaña.
Algunos buscan la fama para ser ricos, para tener mucho dinero. Historias de las desgracias de la fama abundan. Una que bien recuerdo es la del famoso aviador Charles Lindbergh, quien buscó y contrató agentes de publicidad antes de su histórico vuelo, y cuando alcanzó la fama y la celebridad, ésta le llegó a arruinar su vida. Perdió a su pequeño hijo, víctima de secuestradores.
Casi siempre es imposible ser célebres sin publicidad y una vez que se es famoso, se deja de tener una vida privada. La fama se convierte en una droga que forma adicción. Una vez que ha sido probada, el que la pierde, sufre como un adicto del síndrome de abstinencia, con “la malilla”. El político que la tiene, llega hasta la imposición, requiriendo ser adulado en toda junta y sesión por sus subordinados, así como otros que solo esperan que alguien se acuerde de ellos por adular al gobernante en turno.
El verdadero mérito de muchas personas nunca aparece en las noticias; es reconocer que es preferible estar en la última fila y que luego sus acciones descubran que les corresponde un mejor lugar.
Por lo general la persona que es modesta, es ignorada por la fama. Es trabajador, no escandaliza, no vive del presupuesto o sea, no “le ha hecho justicia la revolución”. No es un héroe como algunos actores, futbolistas o cantantes. No se le menciona en los medios como a los sicarios ni es uno de esos llamados problemas sociales. Ni la burocracia ni la política le dan cabida porque está hecho de tal forma que no se amolda al capricho ni al dispendio de los lideres. Es la parte opuesta a los haraganes y a los vividores.
Riqueza, poder y fama no hacen grande a una persona. Solo su carácter lo puede definir. Por tal motivo, hoy en día es relativamente fácil calibrar a nuestros gobernantes y políticos.
La grandeza humana no puede ser medida en base a los “famosos”. La fama ni siquiera es una prueba del éxito individual. El éxito y la notoriedad son dos cosas diferentes.
La fama pronto se convierte en vanidad y la vanidad cambia al hombre; de complaciente en tirano; de amable en déspota; de caritativo en codicioso; de atento en prepotente.; de amoroso en envidioso, de modesto en vanidoso La búsqueda de la fama se convierte en la búsqueda del poder.
La fama es frecuentemente solo la alabanza después de la muerte. También es producto del dinero, de cuánto se invirtió en los medios para hablar de tal o cual persona. En pocos casos es auténtico mérito personal.