Por
Mario Góngora H.
Millones de hijos pródigos caminan por el mundo sin ideales, arrastrando los pies, buscando la felicidad donde nadie la ha encontrado, buscando una riqueza perene imposible de encontrar porque ese es el camino equivocado. Los días de estos jóvenes y adultos son días de desengaños, de visión nublada y para colmo, se vuelven anémicos en mente, en espíritu, y en cuerpo.
Los ciudadanos ven con miedo y desconfianza el porvenir, porque la sociedad se vuelve cada día más compleja y las necesidades del hombre son más apremiantes que nunca. La mayoría lucha contra los enormes problemas del trabajo incómodo, con los impuestos, con el costo de la vida, con la tarea de acumular algo para el día de mañana, y lo peor, con los desequilibrados mentales en el gobierno. Pero por encima de todo está el afán de amasar una gran fortuna económica.
La recuperación de estos hijos pródigos estará en reconocer que no hace ningún daño el discutir cosas nuevas y diferentes, ni viejas para el caso, aunque parezcan inconvenientes de momento o imposibles. Recordemos que el que tiene miedo de someter cualquier idea a la prueba del debate y discusión, se encuentra encasillado en sus viejas creencias e ideas. Si de pronto no podemos ver las cosas como las ven los demás, hagamos el intento de cambiar de paradigmas, y al hacerlo descubriremos un mundo nuevo e increíble relacionadas con “el nuevo conocimiento”
Muchos de nuestros procesos mentales se ocupan en encontrar excusas para seguir pensando como hemos venido pensando por años. La verdadera inteligencia consiste en ser capaces de cambiar nuestro modo de pensar para dar y recibir oportunidades. Iniciémonos en el estudio de la física cuántica, en la posibilidad científica de los universos múltiples, en los viajes a través del tiempo, en los hoyos de gusano en el universo, en las sanaciones a través de las vibraciones (energía) etc., etc.
Un ejemplo del estancamiento mental y hasta espiritual es una vieja carta del año de 1826, firmada por la mesa directiva de una escuela americana en la cual se negaban a prestar su edificio para una asamblea en que se iba a discutir si sería conveniente construir un ferrocarril. Una parte de la carta dice así: “Con gusto les proporcionaríamos la casa para discutir cualquier asunto razonable, pero tratar de ferrocarriles es hablar de imposibles y, además, es una gran herejía. En este mundo de Dios no debe haber tal cosa. Si Dios hubiera querido que sus criaturas viajaran por medio del vapor, a la terrible velocidad de quince millas por hora, lo habría dicho claramente por medio de sus santos profetas. Es un invento para llevar almas al infierno”.
Si podemos fijar de nuestra mente en que las cosas que más nos cuestan son las que menos necesitamos, seguramente nos daremos cuenta que efectivamente podemos prescindir de algunas de ellas. Si logramos comunicar efectivamente esto a los jóvenes, encontraremos que si bien no podemos cambiar al mundo a nuestro entero gusto, si podemos hacer lo mejor posible en el mundo tal cual es.
