Por
Mario Góngora H.
El día 10 de noviembre se publicó en un diario digital un atinado e interesante artículo titulado “Aduladores”. En uno de sus párrafos leía: “Engañan al adulado y, además, le vuelven engreído y vanidoso”. Y esto ya lo vemos reflejado en muchas de nuestras autoridades, donde en un caso particular, el adulador le da el carácter de “sagrado” a su jefe afirmando que está prohibido en Chihuahua criticar su la figura “en esta vida y en la futura”,…. lo que esto pueda significar.
Quienes prefieren alimentarse con mendrugos y a vivir sin honor, han llegado al límite de su respeto propio, porque solo es grande quien conquista el destino por medio de la congruencia, quien no llora los cambios de la fortuna que se ha propiciado a sí mismo; quien libra la batalla diaria de la vida sin temor y que a pesar de sus errores, no pierde la confianza en sí mismo.
Ya no podemos ver al mundo solo viendo solo lo que aparentemente encierra. Hay que subirse a la montaña más alta y desde ahí darnos cuenta que lo que vemos es solamente una pequeña porción de lo que creemos es la realidad.
De hecho, el mundo no es sino la base material de nuestra existencia, pero el campo de acción para ser realmente hombres, es darnos cuenta que la medida natural del poder es nuestra resistencia a las circunstancias. El hombre de carácter, por naturaleza, se abstiene de corromper por la lisonja, porque cuando el pensar es profundo y espiritual, no existe la posibilidad de crear en otros la vanidad, ni de poseerla uno mismo.
El carácter de cada quien es la suma de sus cualidades mentales, pero más importante, de sus inclinaciones morales y de su espiritualidad: es la fisonomía del alma.
Todos los días vemos, leemos y escuchamos de logros y grandezas que no son sino apariencias políticas y mediáticas—mera adulación. Pero esto no significa que no existan grandes hombres. Quizá tengamos que esperar años antes de encontrar uno, pero con seguridad lo encontraremos.
Todos los seres humanos tenemos muchísimas limitaciones, tanto espirituales como materiales, pero podemos llegar a la altura que nos proponemos si ponemos en juego nuestra voluntad, entusiasmo y laboriosidad. No tenemos por qué hacerle creer a otro irrealidades, mentiras y lisonjas, en una espera de que algún día nos haga justicia la revolución.
En lugar de adulación, uno de los bienes inmensos que le podemos crear al político en turno, al igual que a la sociedad, es mostrarle aquello en que es deficiente.
La verdadera riqueza del hombre que vale está en que no ha dejado que ni el dinero ni la adulación lo hayan convertido en cínico y le hayan embotado sus sentidos.