LA JUSTICIA

LA JUSTICIA
Por
Mario Góngora H.

A la justicia siempre nos la han presentado ciega, pero jamás nos la muestran como lo es: sin corazón. Y así, la mejor prueba de buena fe que nos puede dar un gobernante es reconocer que los gobernados tenemos iguales derechos que los que ellos creen tener, o peor, los que se han adjudicado.

Existe una gran diferencia entre un país ostentoso y un país feliz. México ya no goza de felicidad gracias a que el partido en el poder siempre había tenido éxito llenando de humo la cabeza de los ciudadanos, creando falsas esperanzas y un falso porvenir. Un verdadero gobernante no solo vende esperanzas, sino las crea.

El que realmente ama a su patria, trabaja para hacerla mejor. Y en realidad podemos convertir nuestro país en el mejor de la tierra, simplemente siendo la clase de personas que debemos ser.

Sin embargo seremos prósperos hasta que la justicia nos proteja y no a la delincuencia. Hasta entonces surgirá la prosperidad.

Sigue habiendo leyes a favor de los pobres así como gobernantes que las aprovechan para su conveniencia. El principio fundamental de la prosperidad es la integridad, la cual ya es casi inexistente en nuestra sociedad. De hecho, la definición de justicia es “Principio moral que inclina a obrar y juzgar respetando la verdad y dando a cada uno lo que le corresponde”. ¿Cuál político o gobernante es congruente con los principios universales? ¿Quién obra y juzga respetando la verdad? ¿Cuál de ellos se preocupa a dar a cada quien lo que le corresponde?

Siendo la justicia manipulada por los gobiernos, podemos concluir que la prueba de fuego para nuestro país no está en las obras materiales, sino en la calidad de sus gobernantes. Para definir la calidad de un edificio no nos fijamos en su diseño o en su forma, pues lo que determina su eficacia y durabilidad es la clase de materiales con los que fue construido. Pero también es cierto que sí está en nuestras manos lograr cambiar a los parásitos de la nación.

“El sistema de justicia en México, en vez de enjuiciar y sancionar a los responsables de violaciones a los derechos humanos, con frecuencia castiga a las víctimas, mientras los responsables casi universalmente gozan de impunidad. Ofrece incentivos para el uso de la tortura para obtener confesiones; se presta a la manipulación como herramienta para criminalizar la protesta social; discrimina a los grupos vulnerables, como los miembros de las comunidades indígenas; y no respeta el principio de la presunción de inocencia” (Centro Prodh).

“La justicia se percibe lejana, incomprensible, y la falta de acceso a ella tiende a incrementar la desigualdad social”