EL DELITO

EL DELITO

Por

Mario Góngora H.

En general la sociedad tiene la tendencia de solicitarle a sus autoridades que “erradiquen” el crimen, el delito y la violencia. Como respuesta al clamor de la gente, los gobiernos responden con políticas, programas y campañas. Pero la indignación y la frustración de la ciudadanía continúa. La seguridad pública es el balón que se pasan los políticos de administración en administración. Cada gobernante declara lo que piensa que los ciudadanos quieren escuchar para poder ser electos o al menos, mantenerse en su puesto. Desafortunadamente nada de esto les ha funcionado. Y el problema básico está en la complicidad, la desinformación, el pánico moral y hasta en el tratar de cobrar venganza. Por ejemplo, dice el presidente que los altos índices de asesinatos y delincuencia en el país, son obra de las fábricas de armas en los Estados Unidos (las de Rusia y las de China no) y no de la triste política de  “abrazos y no balazos” ni de la complicidad del gobierno con el narco.

Nuestro sistema de justicia para prevenir, controlar y finalmente erradicar el delito ha llegado a un punto de saturación ya imposible de solucionar bajo los estándares actuales. Y este problema es agravado porque ya vemos natural no únicamente que el vecino venda droga, que tal o cual conocido ya es adicto o que tal o cual persona viva con el producto de lo que roba. Ya vemos también con cierta resignación que nuestros mismos gobernantes promuevan y alienten la ilegalidad.

Quizá la solución pudiera estar en invertir el dinero, no en más equipamiento para la policía, que al fin y al cabo el equipo aunque ayuda, no ha sido la solución, sino en esfuerzos que de hecho reduzcan las oportunidades y las motivaciones de delinquir. Pero esto requiere un cambio radical de paradigma.

Todos tendríamos que pensar diferente. Por ejemplo, que el delito no es un ente único o un acontecimiento específico, sino una estructura social que abarca una multitud de “pecados” definidos en nuestras leyes. Que aunque el delito puede en cierta forma ser controlado con medidas que muchos considerarían represivas, también reduciría ciertas libertades (como los retenes o los toques de queda).

No existe una solución única o exclusiva para la prevención del delito. Los operativos, campañas y creaciones de nuevas corporaciones policíacas solo han servido para que se diga que al menos están haciendo algo. Quizá lo que se necesite sea algo más específico  y a largo plazo, que involucre padres, maestros, trabajadores sociales, médicos, ministros y sacerdotes, los medios de comunicación y no menos importante, el ciudadano común. La base de todo lo anterior tendría que estar sustentada por más gobernantes y menos políticos. Así serían más reconocidos por la ciudadanía, verdaderos héroes que dieran soluciones auténticas.

Una muestra clara de cómo hemos perdido el concepto del valor de las cosas y de las personas, es ver a quien se le reconoce como héroe, pues ellos son a los que se les dedican estatuas o cuyos nombres ilustres aparecen en los edificios más prominentes. Pero no, ahora héroes ajenos como Bolívar o peor aún, “el Che”, Fidel Castro, el mismo Maduro, o hasta Hugo Chávez se ganan un espacio en la historia como benefactores.  ¿Y nos quejamos de la pérdida de valores? ¿Y nos sorprende que se agigante el delito?