EL DOMINIO DE NOSOTROS MISMOS

Por
Mario Góngora H.

Normalmente una tentación es un impulso o estímulo espontáneo que nos empuja a hacer algo, especialmente una cosa mala o que no es conveniente.

Para vencer las tentaciones que nos dañan y así crear oportunidades y desarrollar nuestro carácter, es necesario conocer el significado del dominio sobre sí mismo y así practicarlo continuamente.

Si normalmente tenemos la tentación de ser flojos y nos dedicamos a trabajar, o si nos gustan las bebidas alcohólicas y nos abstenemos de ingerirlas, lo que hacemos es bueno, pero esto no significa que realmente tengamos un dominio total sobre nosotros mismos.

Además de la tentación de la pereza existe su contraparte, que es el de trabajar compulsivamente, el trabajar demás. Trabajar día y noche va en contra de nuestra salud y hace que se descuide a la familia. Es una autodestrucción, tanto del cuerpo así como de nuestra felicidad en el hogar. Este vicio de trabajar demás, nace muchas veces del deseo inmoderado de obtener riquezas o poder, y debiéramos considerar qué tan poco valen estos dos con lo que estamos sacrificando por obtenerlos.

También debemos ejercitar el dominio sobre nosotros mismos para tener paciencia y aprender a esperar. Ser impacientes demuestra debilidad de carácter. Todo tiene su momento y su tiempo. Frecuentemente estamos tan preocupados por dominar todo lo que nos rodea, que descuidamos que debemos empezar con nosotros.

Algunas de las virtudes para alcanzar el dominio de nosotros mismos y que vale la pena poner en práctica son, entre otras, la modestia, la cual inclina a la persona a comportarse adecuadamente interna y externamente. Se incluye la humildad que nos estimula para no ser ególatras; y la sobriedad y templanza que modera que tanto tomamos o comemos.

El orden es otra virtud que requiere el organizar nuestras ideas y las cosas. Requiere práctica, esfuerzo y sacrificio. Incluye la prudencia para evitar conflictos con otras personas.

“Hombre moderado es el que es dueño de sí mismo. Aquel en el que las pasiones no consiguen la superioridad sobre la razón, sobre la voluntad y también sobre el «corazón». ¡El hombre que sabe dominarse a sí mismo! Si es así, nos damos cuenta fácilmente del valor fundamental y radical que tiene la virtud de la templanza. Ella es justamente indispensable para que el hombre «sea plenamente hombre». (…) «ser hombre» significa respetar la dignidad propia, y por ello, entre otras cosas, dejarse guiar por la virtud de la templanza.” (Juan Pablo II, 22-XI-1978).