Por Mario Góngora H.
El incentivo es una fuerza oculta en cada individuo, y destruir el incentivo en una persona es destruir algo esencial para su felicidad. En un grupo, trabajar unos más y otros menos y todos ganar igual, es poco aceptable. Quien más trabaja se siente con el derecho, y merece, obtener más ingreso. Es como las calificaciones en la escuela. Si un joven se saca un 10, no espera que sea repartido o promediado entre todos para obtener un 7. Cuando el aliciente de la recompensa se acaba, también se termina el buen desempeño. Es por esto que los países verdaderamente socialistas no funcionan.
El trabajo no es solo ocuparse un tal número de horas, sino un reto o un desafío para probarnos a nosotros mismos y a los demás, de nuestra habilidad, nuestra voluntad y nuestro empeño. Cuando un ser humano se propone valer por varias personas, lo logra.
El incentivo nos da a los seres humanos el entusiasmo para hacer las cosas bien hechas, disfrutando de paso, el placer de hacerlo. Nuestras manos, nuestra imaginación y nuestra alma siempre rendirán más estando incentivadas.
Anteriormente la gente vivía con sencillez y trabajaba solo para obtener su sustento y lo lograba. Hoy puede volver a hacerlo, a pesar de la tecnología y las tentaciones, y lograr alejarse de lo artificial y de los parásitos que viven de los que trabajan. Reconocen que la tierra que no da frutos, lo único que produce son espinas y nuestra sociedad en la actualidad, se encuentra llena de ellas.
La tierra, por ejemplo, no debe ser para quien la trabaja, sino para quien la ama, y un buen campesino nos puede confirmar que existe una afinidad especial entre el alma y la tierra para vivir en concordia.
Un gran incentivo por parte de nuestros gobernantes para la ciudadanía, sería entender que “una hora haciendo y logrando auténtica justicia, es mejor que cien años de revolución”.
El objetivo de todo conflicto y toda guerra es la victoria, pero no se puede pelear toda la vida. La gente que toda su vida se la pasa “en la lucha” o intentando revoluciones, además de estar eternamente acampada y no establecida, tendrá que decidir si gobernar bien es mejor que seguir en el mundo de la retórica.
La única revolución que nos motivará e incentivará es la que nos vuelva más trabajadores, eficientes, responsables, considerados, modestos y humildes. Necesitamos una unidad absoluta para todos ser así.
Existiendo el factor humano, no a todos nos puede ser fácil ser rectos, pero intentando serlo, obtendremos una victoria completa, pues es un incentivo pleno y completo; el odio, la maldad, la codicia, y la envidia, son poderosos venenos que si los dejamos florecer, infectarán todo esfuerzo, nos provocarán el fracaso y hasta nos podrán quitar la vida.
El mejor incentivo es saber que tenemos todo lo necesario tanto material como espiritual para cambiar nuestra sociedad para bien.